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El precio de pagar inscripción

thLa última VCUF (Volta a la Cerdanya Ultra Fons) tuvo que ser recortada a causa de las condiciones climáticas adversas que se encontraron los corredores.

La Bastions 2013 tuvo que ser suspendida por fuertes rachas de viento en las cotas cercanas a los 3000 metros por donde pasaba junto a malas condiciones meteorológicas.

En Camí de Cavalls, Menorca, se pudo ver como Mia Carol, líder en solitario y con gran diferencia respecto al segundo tuvo que retirarse a menos de 15 km para el final, después de más de 150 km en las piernas debido a un cuadro de hipotérmia.

Este fin de semana empieza la Ronda dels Cims, en Andorra, en la que se han podido ver fotos de la organización con voluntarios limpiando de nieve el camino que deberán coger los valientes que se atreven con esta Ronda del principado.

 No es la primera vez que una carrera de montaña, ni será la última, se tiene que ver recortada o con el recorrido alterado a causa de la climatología, es lo que tiene correr por la montaña. Ahí arriba no coges el metro y te vuelves para casa o estan tus acompañantes esperándote en tal punto por si decides retirarte.

trail6 Y a qué viene todo esto, os preguntaréis. Todavía me resuenan en mi cabeza las palabras que iba renegando en la Cavalls del Vent del año pasado, calado de agua hasta las orejas, lleno de barro por todos los sitios (TODOS) y siendo incapaz de poder abrir una barrita o el depósito del agua para rellenar el camel bag.

Esas palabras eran ¿qué hago aquí metido en un día como este? Cierto es que nos gusta la montaña y sabemos que la climatología en la montaña puede cambiar en cuestión de minutos. Pero esas palabras no las decía por el hecho de estar allí, si no por el hecho que significa pagar una inscripción y tener que correr en el día que toca sabiendo que va a llegar un momento donde vamos a dejar de disfrutar.

 Esto lo digo porque justo unos días antes había estado con amigos recorriendo el mismo camino, con un día espectacular y había disfrutado al máximo del recorrido, preocupándome poco más que de vigilar por donde pisaba y de comer y beber. Con cansancio, dolor de piernas y todo lo que conlleva pero disfrutando como el mejor de los días en la montaña. Incluso a mediados de Agosto de 2012 cuando hice medio recorrido solo me lo pasé mejor.trail3

 El hecho es que Cavalls del Vent 2012 no fue la única carrera en la que acabé empapado de arriba a abajo, luego le siguieron la Rupit-Taradell y La Marxassa, por suerte esta última con tan solo 20 minutos de lluvia.

 Así hace tiempo que pienso si vale o no la pena pagar inscripción para una carrera cuando si lo que realmente nos gusta es la montaña y lo que queremos es disfrutar de ella.

Cierto es que pagando una inscripción nos aseguran una asistencia en cuanto a comida, médico, etc… que si la hacemos nosotros tendríamos que cargar con ella (la comida) o disponer de médico, ats o similar resulta un tanto complicado.

Entonces ¿Porqué nos apuntamos a carreras pagando? Que conste que yo soy el primer “enfermo” que ve una carrera en el calendario que le cuadra y estoy allí pagando religiosamente, pero el hecho de poder hacerla con amigos un día que nos vaya a todos bien y donde se pueda escoger mirando siempre las condiciones meteorológicas vale mucho más que lo que podamos pagar por la cursa.trail2

¿Nos apuntamos a carreras para competir contra quien? ¿Contra el reloj? El mismo recorrido en un día seco o en un día de lluvia y lleno de barro harán que nuestras referencias no sirvan de nada, ni se parezcan en nada. ¿Contra nuestro compañero de entrenamientos? Un mal día lo puede tener cualquier, un accidente también y en ese momento se acabó el competir contra él para pasar a ser su soporte.

Recordando una frase de Ferrán Adrià, dijo que él no competía contra nadie si no contra sigo mismo para ser mejor que ayer y poder mejorar día a día. Ese debería ser nuestro propósito entonces ¿no?

Correr mejor que ayer, y sobretodo, disfrutar más que ayer ya sea pagando inscripción o no.

Tu cerebro manda, tu cuerpo obedece

 

Esta semana hay cursa y necesito algo de motivación extra. Vuelvo a leer la crónica que escribí sobre la Matagalls-Montserrat de 2011. Allí ganó el coco por goleada. Aquí os lo dejo:

Son las 15:40 de la tarde del 17 de septiembre, sábado. La linea de salida cada vez acoge a más y más corredores preparados para aventurarse en lo que va a ser un largo camino hasta meta. La tensión se respira en el ambiente. Algunos novatos, otros experimentados pero todos con esos nervios en la boca del estómago que nos producen una inseguridad en nosotros mismos que no deberíamos de aceptar. Todos tenemos nuestro objetivo. Para todos igual de osado, igual de ilusionante, igual de deseado.

La vaselina corre de mano en mano, no se puede permitir ningún roce indeseado. Las tiras plásticas antirozaduras cubren los numerosos pies descalzos que asoman al futuro dolor como si no quisiéramos ser conscientes de la que nos espera a la vuelta de la esquina.

Las mochilas son repasadas concienzudamente con todo el material necesario, pero sin nada que lastre nuestro avance durante las próximas horas. Aquí cada gramo cuenta.

Por delante nos esperan 83 kilómetros de continuo sube y baja hasta llegar al Santuario de Montserrat. Estamos ante la Matagalls-Montserrat de 2011. Tres mil participantes han sido los privilegiados que tendrán el honor de participar en la (mal dicha) travesía que este año se convierte un poco más en cursa al controlar la organización los tiempos a través de chip. Muchos se han quedado fuera. Muchos desearían estar en la posición donde nos encontramos en este momento, aguardando nuestra hora de salida para poder empezar a descontar kilómetros a nuestro contador particular. Para algunos el descuento avanzará muy rápido, para otros la distancia se puede eternizar. Para todos un reto personal y una manera un tanto especial de disfrutar.

Nos llega la hora, estamos en primera fila y los próximos en salir somos nosotros. Pasa el minuto de separación entre grupos y nos permiten comenzar. Paso tras paso cada uno resta al otro. En esos momentos me pasan por la cabeza la multitud de consejos que me han dado conocidos, amigos y participantes en otras ediciones, cada uno de ellos resulta útil en su momento oportuno. Des del come y bebe, aunque no te entre nada, hasta el cada 30 kilómetros cambio de calcetines y vaselina a los pies.

El primer tramo se le conoce como el Plà de la Calma. Cómo no hago honor a su nombre. Una compañera de trabajo me pidió que si podía ir con ella los primeros kilómetros y así lo hice, los primeros 9 me los tomé con mucha calma. En esos momentos las fuerzas estaban intactas, el ritmo caminando era alto y podíamos ir adelantando a otros participantes con un ritmo más lento. Por el contrario, los “pata negra” que iban a “hacer tiempo” nos adelantaban a velocidades de infarto. Por delante había marchado un grupo de compañeros de trabajo con ganas de guerra des del inicio. Seguro que nos veríamos más adelante.

En el kilómetro 9, llegando al Collet de St. Agustí de Tagamanent le digo a mi compañía que a partir de allí empiezo a correr. Que necesito más, necesito sentir cierta velocidad y agilidad moviéndome por la montaña, saltando y brincando de piedra en piedra y salvando arbustos que se cuelan en mi camino. Le deseo buena cursa y, todo y saber que no nos volveremos a ver hasta mediados de semana, le dejo una consigna, un reto, una meta; acabar, sobretodo tienes que acabar.

Nadamás empezar a correr me engancho a un grupo de tres que llevan buen ritmo bajando. Vamos saltando corredores más lento y recuperando posiciones, en ocasiones se forma un embudo que hace disminuir nuestro ritmo pero rápidamente lo recuperamos. En pocos minutos llegamos a Aiguafreda, kilómetro 16 de la prueba y primer avituallamiento. Me paro poco tiempo, té frío, frutos secos y un sándwich de atún y a seguir a mi ritmo. A nivel muscular voy muy fresco. No me duele absolutamente nada.

El próximo obstáculo era subir los Cingles del Bertí, subida pronunciada por una pista ancha y que facilita el poder observar des de la lejanía a los participantes que van por delante tuyo. Allí puedo sentir la grandeza de esta prueba, adelanto a un hombre de unos 70 años que, a su ritmo, va haciendo camino pista arriba, con sus dos bastones y su mochila, lento pero sin pausa, constante. No sería la última vez que lo viese.

Una vez arriba el terreno me permite volver a correr, a coger velocidad y poder seguir recuperando posiciones, un poco más adelante me encuentro a otro compañero de trabajo, lleva el tobillo muy mal, ya me había anunciado que no iba a acabar la prueba pero que mínimo quería hacer la mitad. Me acoplo a su ritmo ya que el camino acompañado se hace siempre más ameno. Seguimos a buen ritmo, a trozos caminando y cuando el perfil lo permite corriendo.

Llegamos al segundo avituallamiento en el kilómetro 31,5. Allí le esperan sus amigos que le han hecho de asistencia. Yo a lo mío, té frío, sandwich de atún, frutos secos y carne de membrillo, empiezo a notar la falta de azúcar. Aquí toca el primer cambio de calcetines. Jamás hubiera podido pensar que cambiar los calcetines y poner vaselina en mis pies podría ser parte de una sensación tan reconfortante. Me quedo nuevo. En ese mismo instante tengo la sensación de que puedo seguir corriendo 30 km más. Las piernas no me duelen, no las llevo cargadas, a nivel físico me sigo encontrando muy bien. Es más, comento con mi compañero que me preocupa el llevar 31,5 km corriendo el 80% y encontrarme tan bien.

Después de que comiéramos algo seguimos nuestra ruta. Él decide seguir hasta St Llorenç Savall, meridiano de la prueba y donde esperan la mayoría de personas que hacen de asistencia a otros corredores. Por ese entonces nos enteramos que el Barça gana 6-0 a Osasuna y si más no, nos da tema de conversación para los próximos 10 km.

La llegada a St. Llorenç Savall es impactante, mucho público nos espera, todo y no ser de los primeros en llegar. Cada uno espera al participante que ha venido a ayudar. Apoyo moral, apoyo psicológico, apoyo material (cambio de camiseta, etc…), da igual, el hecho de estar allí ya hace mucho. No conozco a nadie pero todos me ofrecen su ayuda, en ayudar a aguantar la mochila mientras me cambio, en darme un sándwich de atún, en ayudarme a hacer estiramientos para desentumar mi cargada musculatura, da igual, en lo que sea.

Para mi sorpresa me encuentro allí al otro grupo de compañeros de trabajo que empezaron a correr nadamás de inicio. El compañero con el que iba dice que se queda, su tobillo no aguanta más y suficiente ha hecho con la articulación en tal estado. Chapeau por él. Yo en su estado me hubiera quedado en casa. Antes de despedirnos se nos acerca un amigo suyo y nos dice que ahora viene lo más duro, la subida a la Mola, montaña importante en las cercanías de Terrassa y que no apetece mucho subir con 40 km en las piernas.

Me engancho al otro grupo del trabajo y decido ir con ellos. Me surgen dudas. Ellos son técnicos de fitness habituados a cargas de trabajo y a hacer deporte a diario, en teoría tendrían que ir más fuertes que yo. Pero al igual que anteriormente me sigo encontrando bien en aquel momento y no le doy más importancia. Ellos van hablando bastante a lo que yo a lo mío, paso a paso, ahora los kilómetros ya no suman, sólo descuentan.

Cogemos un buen ritmo de marcha, caminamos a 6-7 km/h en llano y corremos en las bajadas. A nuestra ritmo se pone un grupo de unas 10 personas. En ese momento no somos conscientes de algo hasta que nos lo dicen las personas que vienen con nosotros detrás. Nos dicen que nos van a llamar “Los del Ritmo”. A lo que le preguntamos el porqué. Su respuesta… habéis cogido un ritmo y ya puede venir una subida, un llano o una bajada que no bajáis el ritmo en ningún momento. Cierto. Tenemos un ritmo crucero muy alto que hace que en ocasiones alguno de los acompañantes se nos descuelgue. Al final lo acabaremos pagando.

Efectivamente, subiendo la Mola uno de los compañeros de trabajo insiste continuamente en llevar un ritmo más bajo. En el argot ciclista diríamos que “le estábamos sacando de punto”. Al cabo de unos metros nos encontramos otro compañero y yo en cabeza del grupo y nadie que nos sigue detrás. Esperamos, y aparecen los primeros frontales, pero no son de los nuestros, nos indican que nuestro compañero estaba vomitando un poco más abajo. El fuerte ritmo le ha provocado un corte de digestión y al final lo ha pagado. A partir de ahí, de ese mismo instante, de ese punto kilométrico empieza para todos una lucha contra nuestro cuerpo.

A causa de este percance nos tenemos que parar en varias ocasiones. El compañero afectado insiste en quedarse, no puede, tirita, tiene frío y ha vaciado todas las reservas que tenía. Para colmo, al vomitar, no tiene nada en el estómago por lo que la cosa va a peor. Ni siquiera le entra el agua con sales que le ofrezco. Tiene que ponerse el Gore Tex para no helarse pero sobretodo tiene que seguir caminando. Él no es consciente pero al resto del grupo se nos esta enfriando la musculatura… a las 2 de la madrugada. Cada vez que arrancamos después de estar 10 minutos parados nuestros cuádriceps se encargan de recordarnos que ya han pasado 60 kilómetros. Hay que seguir como mínimo hasta el próximo avituallamiento y que allí pueda decir qué hace.

Después de invertir más de una hora en lo que hubiesen sido 30 minutos caminando a ritmo suave llegamos al avituallamiento conocido como “los donuts”, supongo que no hace falta que os diga que allí es donde sirven donuts (entre otras cosas como avituallamiento). Rellenamos los bidones de agua, comemos algo (especialmente donuts) y decidimos sentarnos un rato para que el compañero afectado pueda comer y beber e intentar recuperar lo máximo posible. No le entra nada en el estómago, pero va teniendo mejor cara. Tras 10 minutos de debatirse con él mismo le decimos que tenemos que seguir porqué empezamos a coger frío. Nos quedan sólo 20 kilómetros para llegar y 11 hasta el próximo avituallamiento en Vacarisses. Nos confirma que allí se quedará, que hay estación de tren y que abandonará.

Seguimos adelante a un ritmo que se le haga cómodo para él, pero nada cómodo para nosotros, vamos demasiado lentos y en las bajadas los cuádriceps nos lo recuerdan. Empezamos a tener demasiado ácido láctico en las piernas y no hay manera de deshacernos de él en ese momento. Toca sufrir un poco. El caminar cada vez es más pesado, las articulaciones se nos resienten cada vez más. Rodillas, tobillos, caderas,… cada paso es un poco más de dolor.

Ahí empieza de verdad, en ese mismo instante empieza la cursa real. La carrera de tu cerebro contra tu cuerpo. Tu cuerpo te manda parar, ir más lento, sentarte, descansar, abandonar. Te empiezan a venir pensamientos del porqué estás allí, cuales son los motivos, cuales son las necesidades o qué obligación tienes de acabar algo de lo cual no tienes que demostrar nada a nadie. Pero no. Tu cuerpo no tiene que mandar en ese momento. Tu mente, tu cerebro, empieza a contrarestar a tu cuerpo. Puedo caminar 5 minutos más… Puedo bajar esa pendiente a trote… El dolor de rodillas es pasajero… Fíjate en aquel de delante, tu también puedes… En el próximo avituallamiento calcetines nuevos… vaselina… frescor… y sonrisas nuevas, sonrisas de todos los voluntarios que ofrecen todo lo que tienen para hacerte más llevadero el sufrimiento. Decidido. Hay que seguir adelante. Lo que se empieza se acaba, y esto no va a ser menos.

Llegamos al avituallamiento de Vacarisses y el estómago hace kilómetros que me esta pidiendo comida. Para nuestra suerte al llegar nos encontramos con pan con nocilla. Pero no entra. Parece que el estómago se ha cerrado y no permita pasar nada de lo que estamos masticando. Me fuerzo a comer 3 rebanadas y posteriormente una barrita energética. Nos quedan 11 km y el efecto de la barrita lo empezaré a notar cuando falten 7. De nuevo, cambio de calcetines… y la sorpresa desagradable. Mi uña del dedo gordo del pie izquierdo esta completamente amoratada, por el momento no me duele en demasía pero seguro que más adelante lo notaré. Por el resto bien, ni una ampolla, ni un roce, nada. Vaselina y calcetines limpios.

Al paso por la estación de Vacarisses el compañero se queda. Decide coger el próximo tren que llega en unos minutos. Una lástima ya que se ha quedado a tan sólo 7 km de poder conseguir el objetivo. Pero como dicen siempre, una retirada a tiempo es una victoria. El resto empezamos nuestro camino hacia Monistrol de Montserrat. De allí 4 km y objetivo cumplido. A los 3 nos han hablado de la última subida, muy empinada y técnica y con un último tramo de escaleras que sirve como puntilla. Decidimos pensar en lo peor, esperarnos la más desfavorable de las situaciones. Y efectivamente… se cumple. Cada uno sube a su ritmo por un camino en el que en ocasiones tienes que ayudarte de las manos y brazos para superar el desnivel. Cada paso que damos, cada metro más, es un metro menos para nuestro final. Aquí vuelvo a ver la grandeza de la prueba. El mismo abuelo que había adelantado la tarde-noche de antes lo vuelvo a encontrar ahora. Nos había adelantado por la noche mientras esperábamos a nuestro compañero. Ahora sube con más dificultad pero esta a sólo 3 km de conseguir algo que yo estoy a punto de conseguir con 30 años y el con 40 más. Siento envidia. Envidia sana al no saber si yo podré llegar a estar en las mismas condiciones de salud suyas cuando tenga su edad. Paso por su lado y lo felicito. Para mi se convierte en el verdadero ganador de la prueba. Un ejemplo de superación y constancia en el que pensar cuando flojeen mis piernas.

Cada vez queda menos para nuestro objetivo. De golpe me empiezo a encontrar bien. Recupero fuerzas y puedo subir a mayor ritmo. Es curioso cómo somos capaces de correr más rápido a medida que nos aproximamos a nuestra meta. Cómo inconscientemente olvidamos el dolor, el cansancio y la fatiga para dar paso a la euforia y a la adrenalina que nos invade con nuestro objetivo ya al alcance.

Finalmente empieza el tramo de escaleras, ya esta hecho, este trozo ya no cuenta. Se escuchan los aplausos de la gente al recibirte en el Santuario, todos te animan; vamos campeón! chillan. Si ellos supieran. El campeón ha titubeado con retirarse, el campeón ha pensado en abandonar, el campeón se ha cuestionado qué hacía allí… pero ya no más. Todas estas dudas quedan resueltas. La meta está ahí. Se ve. Las personas que se han agolpado para recibir a los participantes te felicitan por la “gesta” en la llegada. En ese momento no sientes dolor, no ves a nadie, sólo ves una moqueta roja por la que caminar hasta el último control de chip, el que marca en cuanto tiempo has conseguido tu objetivo, el que te dice si lo has conseguido bajo tus expectativas o no.

Y justo en ese momento… empiezas a asimilar, los buenos ratos pasados, los momentos de felicidad, los momentos de debilidad, los momentos de indecisión, los momentos de sentirte “súper” y los de sentirte “no tan súper”, imágenes que te vienen a la cabeza, aquella persona que pasé, aquella que me pasó, aquella puesta de sol o este amanecer.

Pero sobretodas las cosas, la mayor satisfacción que se puede tener en ese instante es saberte vencedor de la lucha que has tenido durante más de 4 horas contra tu cuerpo. Lucha constante, en la que has estado a punto de flaquear pero te has mantenido firme hasta el último rescoldo de fuerza.

Esa es la mayor de las victorias. Tu cerebro manda, tu cuerpo obedece.